martes, 14 de mayo de 2024

La Novena de Beethoven y el plomo

Este pasado 7 de mayo se conmemoraba el bicentenario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Para celebrar el evento, la Búha y un servidor cenamos ese día teniendo como fondo esa obra en el concierto que la cadena francesa Mezzo retransmitió en directo desde el Musikverein de Viena, con la Orquesta Filarmónica de la misma ciudad dirigida por Riccardo Muti. En estos mismos días, estoy releyendo el último libro de mi amigo Dani Torregrosa que va sobre venenos, del que ahora hablaremos. Y esa misma semana me llegó una alerta sobre un nuevo artículo científico que analizaba el plomo en mechones de pelo del “sordo genial”. Todo un cóctel que invitaba a escribir una entrada al respecto.

El citado artículo era, en realidad, una reciente Nota al Editor publicada en la revista Clinical Chemistry por investigadores americanos, que volvían a retomar la pregunta sobre si una intoxicación por plomo (saturnismo) está en el origen de la sordera completa que le asoló cuando sólo tenía 40 años, así como de las múltiples complicaciones de salud que acabaron con su vida diecisiete años más tarde. Un anterior análisis, realizado en 2007 sobre un presunto mechón de cabello del músico, llevó a la hipótesis de que los niveles de plomo, muy altos con respecto a los habituales en esa época, pudieran estar en el origen de las complicaciones mencionadas.

Pero, muy recientemente, un estudio genómico de hasta ocho mechones de pelo supuestamente provenientes del músico, llegó a la conclusión que solo cinco de ellos eran realmente de Beethoven y que el que se mencionaba en el análisis de 2007 pertenecía a una mujer.

Dos de esos mechones de los que se tiene constancia genómica (y también documental) de que pertenecieron a Beethoven son los utilizados en la Nota al Editor a la que hago referencia más arriba. Tras analizar su contenido en arsénico, mercurio y plomo, los autores encontraron concentraciones de plomo entre 65 y 94 veces más altas que el nivel de referencia habitual. Transformadas esas concentraciones en el pelo a concentraciones en sangre, se obtenía un valor entre 690 y 710 microgramos por litro, un nivel que se suele relacionar con dolencias gastrointestinales y renales, así como con problemas de audición.

En su reciente libro “El olor de las almendras amargas” que la misma portada define como “un paseo por la ciencia de los venenos y su presencia en el arte y la ficción”, los problemas de salud de Beethoven y la hipótesis de su posible saturnismo han servido a Dani Torregrosa para incluir una interesante historia (como todas las del libro) titulada “La sinfonía del plomo”, que repasa los diversos casos de envenenamientos e intoxicaciones que, desde la antigüedad hasta hace muy poco, el plomo ha causado a los humanos.

Sobre las intoxicaciones con plomo escribía yo en este Blog en fecha tan lejana como 2009, instigado por la lectura del libro de John Emsley, "Better Looking, Better Living, Better Loving: How Chemistry can Help You Achieve Life's Goals" y que dedicaba su capítulo final al papel de la Química en el suministro de una gran variedad de pigmentos y colorantes para configurar la paleta de los pintores, así como al que ahora está teniendo en la restauración de cuadros y frescos antiguos con sofisticadas metodologías. Dentro de ese capítulo y en una ventana aparte, Emsley mencionaba intoxicaciones por diversos pigmentos conteniendo plomo en pintores como Correggio, Raphael, Goya o Van Gogh.

En esa entrada del Blog, en el apartado final de Comentarios de mis lectores, hay uno firmado por Flatólogo (aka Manuel Romera) un oftalmólogo e ilustrador médico al que le privan la Química y la Gastronomía. Con su contribución (muy interesante como todas las que ha colgado a lo largo de la vida de este Blog), Flatólogo me descubrió la relación entre Beethoven y el plomo. Atribuyendo al “vino peleón y adulterado que solía beber el pobre” el origen de su saturnismo.

Eso me hizo investigar sobre el tema durante un tiempo y descubrí que nuestro músico había estado siempre rodeado de vino. De hecho nació en Bonn, junto al Rhin y provenía de una familia de comerciantes de vino, por lo que, desde muy joven, se acostumbró a beber los diferentes caldos de esa región. Cuando se mudó a Viena, su primer patrón, el Conde Lichnowsky, le incluyó una partida para vino en su estipendio. Y Franz Joseph Haydn, que fue uno de sus primeros profesores, era un enamorado del vino y propietario de una de las más famosas bodegas de la ciudad. Así que lo de “vino peleón” de Flatólogo no sé yo…...

En sus últimos años, se aficionó a los vinos dulces, como los húngaros Tokaji. Puede que alguno o varios de los vinos que consumió regularmente (como el Riesling que llegó a beber el último día de su vida) estuvieran contaminados por plomo y otros metales pesados, pero no he encontrado ninguna referencia de que alguno de esos vinos se envejecieran en recipientes de plomo, como si pasaba en el caso del famoso sapa de los romanos, también mencionado por Dani Torregrosa y que, merced a la reacción del ácido acético del vino con el plomo del recipiente, daba lugar a altos contenidos de éste en el vino final.

Además de por el vino, los autores del artículo de Clinical Chemistry especulan con que la causa de la intoxicación crónica pudiera venir también del pescado, al que Beethoven era igualmente muy aficionado, pescado que solía provenir del Danubio, un río muy contaminado por plomo en la época. Los autores acaban concluyendo que las altas concentraciones de plomo encontradas en su pelo no avalan la idea de que Beethoven muriera directamente por ello, aunque si contribuyeran a las bien documentadas dolencias que arruinaron la vida del gran compositor.

Y para acabar y en el apartado de la música que, recientemente, estoy introduciendo al final de las entradas, esta vez no tengo escapatoria. Y, por aquello de dejaros una cosa cortita, he elegido una grabación un poco rara de la Novena. Y digo rara por la superposición poco lograda de tres trozos del último movimiento. Aunque tiene la gracia de ver como director a mi admirado Leonard (Lenny) Bernstein, lo cual siempre es un espectáculo.

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domingo, 5 de mayo de 2024

Plásticos y Gases de Efecto Invernadero

 

De vez en cuando, artículos científicos de los que se puedan sacar con rapidez conclusiones generalmente negativas o alarmistas, obtienen inmediata resonancia en la mayoría de los medios. Luego sus conclusiones pueden ser más o menos fiables o incluso refutadas por otros científicos, pero eso ya no importa. Para entonces, el número de Me gusta en redes sociales y en webs de los medios ya han crecido. Y eso es lo que importa. Eso no parece que esté pasando con el artículo que os voy a comentar. Y del que pocos medios españoles se han hecho eco. Buscando, buscando lo he encontrado en La Vanguardia, que hacía referencia al artículo en cuestión con el titular “La sustitución de plásticos por otros materiales eleva la emisión de gases que cambian el clima”. La noticia llevaba un antetítulo con solo dos palabras, “Estudio polémico”, puede que una disculpa de LV por publicar algo política y socialmente incorrecto en los tiempos que corren.

El artículo al que hago referencia fue publicado el 30 de enero de este año en la prestigiosa revista Environmental Science and Technology y estaba firmado por tres autores, dos de ellos de las británicas Universidades de Sheffield y Cambridge y el tercero de la Universidad de Estocolmo, que sustentaban la conclusión del titular de La Vanguardia mediante una metodología conocida como Análisis del Ciclo de Vida (LCA en su acrónimo inglés).

En el caso concreto que nos ocupa se ha utilizado la citada metodología para evaluar la generación de Gases de Efecto Invernadero en el ciclo de vida de los plásticos. Ciclo que va desde su producción como tales en las plantas petroquímicas, su transformación en objetos utilizables por el consumidor, el uso o aplicación que éste hace de los mismos, para acabar con la recogida y tratamiento de las basuras plásticas que inevitablemente se producen. Y algo similar se hacía con otros materiales considerados como posible alternativa al plástico en similares aplicaciones.

Para ello, los autores elegían 16 aplicaciones habituales de los plásticos en nuestro día a día y que pertenecen a cinco sectores clave: embalaje, construcción, automoción, textiles y productos de consumo duraderos, sectores que utilizan alrededor del 90 % del volumen mundial de plástico producido. Esas 16 aplicaciones incluyen el uso de plásticos en todo tipo de envases, en tuberías de conducción de líquidos (sobre todo agua) o en tejidos de vestir o alfombras, entre otras.

Los plásticos incluidos en la evaluación son, evidentemente, los más conocidos y utilizados (de ahí lo del 90% antes mencionado). Diferentes tipos de polietileno (LDPE, HDPE, PEX), polipropileno, polietilen tereftalato (PET, tanto en su versión de plástico para botellería como su uso en forma de fibras textiles), poliestireno expandido, PVC, poliuretano, etc. Frente a ellos se consideraban, como posibles alternativas, materiales que se usan o pueden usarse en esas mismas aplicaciones y que implican a cosas como el papel, vidrio, aluminio, acero, cobre, algodón, madera, etc.

Resumiendo rápido los resultados del artículo en cuestión, los autores encuentran que en 15 de las 16 aplicaciones mencionadas, un producto de plástico incurre en menos emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que sus alternativas. En estas aplicaciones, los productos de plástico liberan entre un 10 % y un 90 % menos de emisiones a lo largo del citado ciclo de vida del producto.

Frente a los indudables riesgos que supone el previsible aumento en la producción de plásticos a nivel global y, como consecuencia de ello, en la génesis de residuos, los autores proponen acciones que “deben estar dirigidas a reducir estos impactos, por ejemplo, mejorando la recolección de residuos, especialmente en los países en desarrollo, eliminando los productos químicos tóxicos de las formulaciones plásticas, reduciendo el uso de los llamados productos químicos “para siempre” (es decir, sustancias de perfluoroalquilo y polifluoroalquilo) y reforzando los programas de reciclaje y recuperación”.

Sin embargo, concluyen que “cualquier acción tomada o política empleada para reducir los impactos de los plásticos debe examinarse cuidadosamente para asegurarse de que las emisiones de GEI no se incrementen involuntariamente a través de un cambio a materiales alternativos más intensivos en emisiones”.

No es la primera vez que salen estudios de este tipo en la literatura, en los que el impacto ambiental de los plásticos sale ganador en sus comparativas con otros materiales. En febrero de 2018 la Agencia de Protección Ambiental danesa publicó un estudio titulado “Análisis del Ciclo de Vida de las bolsas de compra” en el que de forma similar al estudio anterior se evaluaba su impacto ambiental aunque en términos más amplios que la mera emisión de Gases de Efecto Invernadero.

La prensa resaltó en aquel caso, aunque tampoco de forma muy generalizada, el número de veces que había que usar, antes de desecharla, una bolsa de compra de diversos materiales plásticos, de papel o de algodón (orgánico o no) para que su impacto ambiental fuera similar al de una humilde bolsa de polietileno de las de toda la vida, usada una sola vez antes de echarla al contenedor amarillo. Y los resultados eran realmente sorprendentes. De acuerdo con la Tabla IV, página 17 del informe gubernamental danés habría que usar, antes de desecharlas, 35 veces una bolsa de compra de poliéster, 43 una de papel, 7.100 una de algodón convencional y 20.000 una de algodón orgánico para que el impacto fuera similar al de usar una de polietileno una sola vez..

Vaya por delante que no soy experto en Análisis del Ciclo de Vida de los materiales plásticos. Y cuando leo artículos que la utilizan, como los que acabo de mencionar, siempre me queda una duda razonable de la fiabilidad de sus datos dada la gran cantidad de variables que hay que tener en cuenta y los escenarios de utilización que hay que definir para cada aplicación. Pero, en este caso, ambos estudios provienen de Universidades e Instituciones de prestigio y creo que un servidor los tiene que apuntar en este diario que es mi Blog para que no se me olviden.

En el caso del estudio danés de 2018, uno puede encontrar argumentos críticos sobre sus resultados, aunque no en ámbitos de la relevancia de los anteriores. Así que vamos a ver qué pasa con el estudio que ha dado lugar a esta entrada. Ya han pasado tres meses desde su publicación y casi un mes desde que el periódico catalán se hizo eco del mismo y no veo mucho movimiento. Al menos no tanto como con otras noticias de medio pelo que se venden bien y habitualmente en titulares.

Para acabar, un poco de música con toque primaveral. El Dúo de las flores de la ópera Lakmé de Leo Delibes. Con la soprano Sabine Devieilhe y la mezzosoprano Marianne Crebassa, acompañadas por la orquesta Les Siecles y la dirección de François-Xavier Roth. Dura cuatro minutos pero si no lo conocéis, aguantad el primer minuto y os enganchará.

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domingo, 21 de abril de 2024

Vino con aroma a huevos podridos

La mística de un buen vino en su botella, con su corcho, su cápsula y su etiqueta con su añada ya no es lo que era. Hemos ido aceptado poco a poco que se venda vino en tetrabrik o en cajas de cartón con su grifito incluido. Con corchos de plástico o, incluso, sin corcho y con un tapón a rosca. En los últimos años está irrumpiendo en el mercado, y parece que se acabará implantando más, el vino comercializado en latas de aluminio similares a las empleadas en las bebidas de cola, la cerveza u otros refrescos. Pero esa paulatina entrada de las latas de vino ha tenido un escollo importante que, aunque identificado correctamente, parece estar todavía lejos de una solución satisfactoria para todos los que se están apuntando a ese mercado.

En dos artículos publicados recientemente en el American Journal of Enology and Viticulture (una revista que visito de vez en cuando pues uno lee cosas muy interesantes), investigadores de la americana Cornell University dan cuenta de los resultados obtenidos al estudiar el problema planteado por una serie de vinicultores que, tras optar por vender parte de su producción en latas como las que veis en la imagen que ilustra esta entrada (y que podéis ampliar picando en ella), detectaron que, al abrir algunas de esas latas, aquello olía, además de a vino, a huevos podridos. En mayor o menor medida pero, en cualquier caso y para su preocupación, el “aroma” era bastante evidente en muchos casos.

Como bien saben los lectores de este Blog, el vino es una compleja mezcla de agua (85%), alcohol (13%) y un 2% restante constituido por cientos y cientos de sustancias químicas que dependen de la variedad de uva, de la situación geográfica del viñedo, del tiempo de maduración de las uvas y de los posteriores y complejos procesos de vinificación. En algunos casos, los vinicultores incluso añaden sustancias (popularmente conocidas como sulfitos) para hacer que el vino se conserve en buen estado frente a la agresión de las llamadas levaduras “salvajes”.

Por su parte, las latas de aluminio suelen estar recubiertas en su interior por una capa (liner) de una resina epoxi, a la que ya he mencionado en alguna de las múltiples entradas dedicadas al Bisfenol A (BPA para los amigos y enemigos) porque, hasta ahora, son epoxis de BPA las que se han venido empleando para evitar la corrosión del interior de muchos tipos de latas. Así que entre la complejidad del vino, el aluminio y la resina, los investigadores tenían todo un puzzle a resolver si quería saber de dónde salía ese olor no deseado y cómo se podría evitar. Problema que, dicho sea de paso, no se produce cuando en latas similares se envasan bebidas carbónicas o cerveza.

En el primero de los dos artículos, publicado en enero de 2023, los autores llegaron a la conclusión de que el origen del problema parecía estar bastante claro. Tanto si un vino contiene “sulfitos añadidos”, como dicen las etiquetas por imperativo legal de la UE, o los contiene de forma natural, provenientes de ciertos aminoácidos con azufre intrínsecos al vino, en todos los vinos hay una cierta (pequeña) cantidad de un gas llamado anhídrido sulfuroso (SO2), cuya concentración depende mucho del pH del vino final. Pues bien, es ese gas, en contacto con zonas del aluminio que no estén perfectamente protegidas por el revestimiento de la cara interna de la lata, el origen del problema. El SO2 oxida al aluminio (la oxidación es visible con adecuadas técnicas ópticas), mientras que él, por su parte, se convierte en ácido sulfhídrico (H2S), el compuesto químico causante del olor a huevos podridos.

Esta primera conclusión es además consistente con el hecho de que este indeseado efecto se da de forma más acusada en los vinos blancos que son los que, por ahora, más se han comercializado en lata. Y eso es así porque los blancos suelen llevar más sulfitos añadidos que los tintos, que están más protegidos frente a las mencionadas levaduras “salvajes” por su más alto contenido en taninos.

Además de esa conclusión principal, los autores establecieron que ciertos revestimientos a base polímeros acrílicos, como los que pueden usarse para evitar así el uso de las epoxis de BPA, incrementan la presencia de H2S. Y que si el nivel de SO2 se mantiene por debajo de unos 0,4 mg/L, el aroma no deseado no es patente durante almacenamientos de las latas en tiempos del orden de 8 meses.

En el segundo de los dos artículos mencionados, publicado en febrero de este año, los investigadores se han dedicado a estudiar, de forma sistemática, las diferentes variables que provocan el problema del olor a huevos podridos. Y lo cierto es que no creo que las conclusiones hayan hecho muy felices a los vinicultores.

Aunque se volvió a confirmar que el contenido en SO2 es el mejor indicador de la subsiguiente formación de H2S durante el almacenamiento de vinos enlatados, los investigadores constataron una variación considerable en la formación de H2S, y la visible corrosión, no solo entre los diferentes tipos de revestimiento empleados, sino también entre latas producidas con el mismo material de revestimiento pero por diferentes fabricantes de latas. Incluso en fabricantes individuales que usan la misma lata y el mismo revestimiento se producían variaciones de lata a lata.

Finalmente, los autores encontraron una correlación poco significativa entre la producción de H2S en las diferentes latas y el espesor del revestimiento en cada lata. Estas observaciones, junto con la evidencia visible de daños en el revestimiento después del almacenamiento, sugieren que la resistencia química del revestimiento a las reacciones con el vino (especialmente, pero no solo, con los sulfitos), junto con el grosor inicial del revestimiento, son fundamentales para la estabilidad de los vinos enlatados. Pero incrementar el espesor del revestimiento no es algo que deseen los fabricantes, tanto por precio como por el reciclado posterior del aluminio.

En fin, que creo que seguiré bebiendo vino en botellas de 3/4 hasta que me lo prohiban o me muera. Y ya que hablamos de vino, y como coda musical final, ahí os va el In Taberna Quando Sumus del Carmina Burana de Carl Orff, interpretado por el Coro de voces masculinas de Colonia y la Neue Philharmonie Westfalen, todos bajo la batuta de Bernhard Steiner. Y si queréis saber lo que dicen los cantores aquí tenéis la traducción.

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domingo, 14 de abril de 2024

Hidrógeno y agua de mar

Estoy casi seguro que todos los que me leen habrán oído o leído recientemente (incluso en este Blog) términos como hidrógeno verde, economía basada en el hidrógeno o cosas similares como propuesta para descarbonizar el planeta o, lo que es lo mismo, dejar de emitir CO2 como consecuencia de quemar combustible fósiles. Y que, para conseguir ese objetivo, necesitaríamos grandes cantidades de hidrógeno que se pretenden obtener mediante los llamados electrolizadores, dispositivos que descomponen el agua para dar, exclusivamente, oxígeno e hidrógeno.

Supongo que también sabrán que ese proceso consume mucha energía que, para que el hidrógeno así obtenido pueda denominarse verde, la hemos de sacar de alguna fuente que no produzca CO2 (eólica, fotovoltaica, hidroeléctrica e incluso, y no sin debate, nuclear). Hoy por hoy, el hidrógeno verde supone menos del 5% de la producción mundial (90MM de toneladas) de este gas. El resto se obtiene a partir de metano y genera CO2 en su producción por lo que se le suele adjetivar como marrón.

Pero lo que no se suele contar con tanta insistencia es que para llevar a cabo la descomposición (electrolisis) del agua, lo primero que se necesita es agua de una extraordinaria pureza. Para ser más exactos, los llamados electrolizadores de intercambio de protones, que parece que dominarán el futuro mercado, necesitan agua con contenidos en sales inferiores a los microgramos por litro y sin prácticamente materia orgánica. Si no es así, el asunto se complica, las instalaciones pueden dañarse con cierta rapidez y el hidrógeno que se genera puede no ser tan puro como es deseable.

Con estas premisas, la idea que se va imponiendo es que, dado que necesitamos usar energía de fuentes como las arriba mencionadas, mucho del hidrógeno que se produzca en el futuro estará en zonas con alto grado de insolación o con regímenes de vientos importantes. Lo cual implica que, en muchos casos, esas instalaciones tienen muchas probabilidades de instalarse en zonas de Oriente Próximo, la costa oeste americana, el Magreb, Sudáfrica, Australia o ciertas zonas del Oeste de China. Donde pocas fuentes de agua dulce hay.

Así que la solución aparentemente lógica es echar mano del agua de mar que, no en vano, constituye la reserva hídrica más importante de la Tierra ya que más del 70% de la superficie del planeta está ocupada por los océanos. Pero el agua de mar tiene en promedio más de 36 gramos por litro de diversas sales, sobre todo cloruro sódico o sal común, pero también contiene sales de magnesio, calcio o potasio. En definitiva, muy lejos de los requerimientos de agua ultrapura que necesitan los electrolizadores.

Sin meteros en muchas profundidades químicas, cuando se hace la electrolisis en presencia de la sal común del agua de mar se genera cloro que compite con la producción de oxígeno que se forma usando agua pura, lo cual complica el proceso de muchas maneras. Por otro lado, el calcio o el magnesio pueden depositarse en los electrodos necesarios para el proceso, haciendo que se deterioren rápidamente en su función.

En el momento actual, la idea que parece ir ganando terreno para obtener hidrógeno verde con los electrolizadores, es localizar en un mismo sitio geográfico, próximo al mar, generadores de energía verde que alimenten primero a una planta desaladora, basada en el proceso denominado ósmosis inversa (para saber más picar aquí), que produzca agua ultrapura. Esos mismos generadores de energía verde alimentarían, en segundo término, a los electrolizadores que descompondrían el agua proveniente de la desaladora, dando lugar al hidrógeno verde.

Sin embargo, a pesar de los inconvenientes arriba mencionados sobre electrolizar agua con contenido en sales, en los últimos quince años, está creciendo el número de artículos científicos dedicados a la llamada electrolisis directa del agua de mar, que pretende utilizarla sin necesidad de desaladora alguna. Para conseguir ese objetivo, se pretende usar una serie de aditivos y catalizadores que impidan el proceso que da lugar a la producción de cloro también mencionada. En estos mismos recientes años, se han patentado muchos de estos procesos y se están financiando muchos proyectos dedicados a ese fin, como el denominado COSAS (Controlling Oxygen Selectivity at Atomic Scale), de la investigadora asturiana afincada en el Centro de Física de Materiales de Donosti, Sara Barja.

Pero curioseando la bibliografía, me he encontrado artículos recientes e incluso informes del Foro Económico Mundial (los gurús de Davos) que cuestionan la viabilidad económica de esa electrolisis directa del agua. Argumentan que el paso previo de la desalinización del agua de mar supone una parte pequeña del costo de un complejo mixto que desale y electrolice y que ambas tecnologías (ósmosis inversa y electrolisis) son suficientemente maduras como para no tener la necesidad de invertir en la alternativa de la desalinización directa del agua de mar que, todavía, está en su infancia. Y que valdría más invertir ese dinero en mejorar algunos aspectos de la desalación poco deseados como, por ejemplo, el de qué hacer con el agua más concentrada en sal que inevitablemente se genera como subproducto y cuyo vertido al propio mar puede causar daños medioambientales.

A un servidor estos criterios puramente mercantilistas nunca le han convencido del todo y prefiero esperar a ver si, como consecuencia de estudios como el Sara, no se puede dar lugar a alguna “mutación” científica que suponga un avance sostenible en el uso del agua de mar para obtener hidrógeno. Tiempo hay, porque esto del hidrógeno verde no es para mañana por la tarde.

Y hablando del agua, mirad cómo tocaban en 2016 la Música Acuática de Haendel las chicas y chicos de la “cantera” de la Orquesta Sinfónica de Galicia bajo la batuta de Jorge Montes.

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domingo, 31 de marzo de 2024

Insecticidas Gran Reserva


Siendo un chaval con edad de un solo dígito y alumno de las Escuelas Públicas Viteri de mi pueblo, recuerdo haber sido sometido, no sé si una vez o más, a una especie de fumigación individual contra piojos, pulgas y otros parásitos. No tengo pruebas sobre qué sustancia nos aplicaron, pero intuyo que era un compuesto de DDT del tipo del que se muestra en la figura que ilustra esta entrada (y que podéis ver en más detalle clicando en ella). Era una época (finales de los cincuenta, inicio de los sesenta) en la que muchas empresas químicas españolas estaban fabricando DDT bajo patente de la suiza Geigy, como ha documentado en varias entradas el Blog de Carlos Pradera, entre ellas ésta, donde aparece un niño alemán siendo rociado con DDT.

Todo esto viene a cuento porque me acabo de enterar de que, hace algo más de dos meses, falleció Ron Hites, un veterano científico (1942) de la Universidad de Indiana que ha estado activo hasta su fallecimiento. Le he seguido desde hace algún tiempo y gracias a su producción científica, he podido escribir y hablar en más de un foro sobre la historia de las dioxinas, sobre las que Hites es un referente. En un artículo publicado meses antes de su muerte, firmado junto a su colaboradora Marta Venier en la revista Environmental Science & Technology, se estudiaba la evolución en el tiempo de la concentración en el aire de algunos compuestos químicos (casi todos insecticidas), entre los que se incluía el DDT. El título del artículo es “Buenas noticias: Algunos insecticidas han sido virtualmente eliminados en el aire cerca de los Grandes Lagos”.

El DDT es uno de los ejemplos más evidentes de la doble cara de la Química, pues ha salvado millones de personas en todo el mundo de morir de malaria al acabar con los mosquitos Anófeles que la propagan pero, por otro lado, presenta graves problemas al ser persistente en el medio ambiente y acumulativo en la grasa de los animales, incluidos los humanos. Su caída en desgracia empezó con la publicación del famoso libro de Rachel Carson “La primavera silenciosa” y la posterior decisión de la EPA americana de prohibirlo. Sobre esto ya he hablado con más detalle en otra entrada de este Blog pero hay también textos muy interesantes, como el de mi colega en la UPV/EHU Eduardo Angulo (ver aquí).

Probablemente el más conocido de una serie de insecticidas que surgieron en los años cercanos a la Segunda Guerra Mundial, el DDT contiene cloro, que también contienen otros insecticidas famosos como el Lindano u otros menos conocidos como el clordano o el hexaclorobenceno. Algunos de ellos estaban en la llamada docena negra (the dirty dozen), con la que la Convención de Estocolmo de 2004 empezó a restringir o prohibir el uso de sustancias químicas que pudieran constituir un peligro para el medio ambiente. Incluso antes, 1990, muchas de esas y otras sustancias empezaron a ser monitorizadas en la zona de los Grandes Lagos entre USA y Canadá, donde cada doce días se vienen realizando periódicas medidas de la contaminación del aire y el agua.

Sobre una base de datos de más de 150 sustancias analizadas, el artículo de Hites y Vernier se ha centrado solamente en unos cuantos insecticidas porque son compuestos sobre los que se tienen más datos y porque han querido mostrar con ellos diferentes modos de comportamiento de la evolución en el tiempo hacia su total eliminación.

Si os fijáis en el título del artículo, los autores hablan de que algunos de estos compuestos han sido virtualmente (no totalmente) eliminados. Y eso es así porque una de las aspiraciones de Raquel Carson, la eliminación total en el ambiente (“tolerancia cero”) de estas sustancias producidas por el hombre, es muy complicado de poderse conseguir. Las sucesivas técnicas analíticas introducidas por los químicos están permitiendo llegar a medir concentraciones cada vez más pequeñas y concentraciones no detectadas en tiempos de la Carson (y que serían entonces establecidas como concentraciones cero) son hoy fácilmente detectables y medibles. Así que, conscientes de ello, los autores del artículo declaran a un insecticida como “desaparecido” cuando su concentración está por debajo del nivel más bajo de cuantificación (LOQ) de las técnicas más potentes actualmente empleadas y que ellos sitúan en 0,1 picogramos por metro cúbico de muestra de aire analizada. Un picogramo, os recuerdo, es la billonésima parte del gramo (0.000000000001 gramos).

Algunos insecticidas estudiados por Hites y Vernier, tras su prohibición, han ido desapareciendo de forma continuada. En ese caso están el lindano o el endosulfán que, a la luz de los datos existentes, estarán virtualmente eliminados en esa región de América del Norte en 2025. EL DDT está también en clara regresión sobre todo en zonas agrícolas aunque todavía parece resistirse en el entorno de las ciudades. Los autores especulan que ello es debido a que el terreno agrícola es removido periódicamente facilitando la emisión del DDT al aire y su posterior degradación, mientras que los suelos urbanos, más estables, constituyen un reservorio bastante consistente, por ahora, de la sustancia.

La concentración de clordano está también descendiendo a un ritmo que hace que cada 10-15 años su valor se reduzca a la mitad, pero aún está lejos de poderse afirmar que vaya a pasar próximamente a la categoría de virtualmente desaparecido. Ese descenso es particularmente evidente en las zonas urbanas, algo que no es de extrañar dado que que esta sustancia se empleó para proteger contra las termitas las maderas de las casas.

Finalmente está el caso de insecticidas como el hexaclorobenceno. Su concentración parece ser estable en el tiempo a pesar de que lleva años prohibido. Los autores arguyen que hay otras fuentes de esa sustancia, ligadas a la fabricación de metales como el aluminio o el magnesio que generan emisiones de él. Un artículo publicado en red hace unos días constata algo parecido en el caso de los famosos PCB’s, también incluidos en la lista negra de la Convención de Estocolmo pero que, a pesar de haber cesado su fabricación y uso, parecen seguirse emitiendo como subproductos de ciertos procesos industriales.

Así que habrá que seguir monitorizándolos para estar seguros de que estamos en el buen camino. Aunque vuelvo a llamar vuestra atención sobre el hecho de que es la progresiva mejora de las técnicas analíticas lo que nos permite seguir detectándolos en el ambiente. Suelo decir en mis charlas de divulgación que ese continuo progreso es uno de los causantes de la Quimiofobia contra la que me peleo en este Blog.

Y un poco de musica para estos días tranquilos (solo tres minutos). La Pavana de Gabriel Fauré con la Filarmónica de Berlín bajo la batuta de Sir Simon Rattle. Lo del flautista es una pasada.

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